Conflicto del Beagle 1978 - La Gran Movilización
Revista Gente, 1978
A principios del mes de diciembre, la flota argentina levó anclas y abandonó sus fondeaderos para iniciar su marcha hacia el sur. Aún no había salido el sol, cuando las primeras unidades soltaron amarras y comenzaron a desplazarse lentamente por la gran dársena de Puerto Belgrano, en dirección a la boca de acceso, haciendo sonar sus silbatos y sirenas. Desde tierra, el personal naval las observaba mientras lanzaba vivas y agitaba sus brazos, haciendo flamear banderas y gorras. Desde las cubiertas de los barcos, la marinería devolvía el gesto mientras los oficiales observaban la escena desde los puentes de mando, orgullos y emocionados, atentos a los pormenores de la navegación. Más de un vecino, en la cercana Punta Alta, se sobresaltó al escuchar las sirenas y se preguntó que sería lo que estaba ocurriendo. Lejos estaban de imaginar lo que realmente sucedía, ni siquiera los memoriosos que en cada oportunidad que se les presentaba, recordaban los agitados días de 1955 cuando la zona se vio conmovida por la movilización de la flota y la inminencia de un ataque por tierra de las fuerzas leales que defendían al gobierno de Perón.
Las naves ganaron aguas abiertas dejando a su izquierda el Destacamento Puerto Rosales de la Prefectura Naval, los depósitos de combustible de Arroyo Parejas, Punta Ancla, el Batallón de Servicios y la añeja Base de la Infantería de Marina, con sus históricas baterías apuntando hacia el mar. A la derecha, corrían hacia el oeste las inhóspitas y casi deshabitadas islas de la ría, entre ellas Bermejo, Trinidad, Anadna y otras de menores dimensiones, que en su agreste soledad parecían fuera de la realidad. Lejos de allí, varios kilómetros al norte, la Base de Submarinos de Mar del Plata, también se encontraba inmersa en gran actividad.
Bajo la atenta supervisión de altos oficiales navales, personal militar de la unidad trabajaba febrilmente ultimando los detalles finales. Cuando todo estuvo listo, se impartió la orden de partida y como en cámara lenta, los cuatro sumergibles de la Fuerza de Submarinos se separaron de los muelles para enfilar lentamente hacia la salida, dejando atrás la majestuosa ciudad atlántica con sus barrancas, su cancha de golf y sus playas.
Lo hicieron, en primer lugar, los modernos IKL-209 de origen alemán ARA “San Luis” (S-32) y ARA “Salta” (S-31), al mando de los capitanes de fragata Félix Rodolfo Bartolomé y Eulogio Moya respectivamente y los veteranos Guppy ARA “Santa Fe” (S-21) y ARA “Santiago del Estero” (S-22) a las órdenes de los capitanes de fragata Alberto R. Manfrino y Carlos Sala.
Días antes, la escuadra chilena había hecho lo propio desde la Base Naval de Talcahuano, encabezada por su nave insignia, el crucero “Pratt” al comando del capitán de navío Eri Solís Oyarzún, en el que viajaba el comandante de la flota, vicealmirante Raúl López Silva; los destructores DDG “Almirante Williams” (capitán de navío Ramón Undurraga Carvajal) y DDG “Almirante Riveros” (capitán de navío Hüber Von Apeen), las fragatas Leander PFG “Almirante Lynch” (capitán de fragata Humberto Ramírez Olivari) y PFG “Condell” (capitán de fragata Erwin Conn Tesche), los destructores artillados DD “Zenteno” (capitán de fragata Arturo García Petersen), DD “Portales” (capitán de navío Mariano Sepúlveda Matus), DD “Cochrane” (capitán de navío Carlos Aguirre Vidaurre Leal) y DD “Blanco Encalada” (capitán de fragata Jorge Fellay Fuenzalida), además del petrolero AO “Araucano” (capitán de navío Jorge Grez Casarino), el buque logístico ATF “Yelcho” (capitán de corbeta Gustavo Marín Watkins), el AGS “Aldea” (capitán de corbeta Octavio Bolelli Luna), el PP “Lientur” (capitán de corbeta Ariel Rozas Mascaró), el AOG “Beagle” (capitán de corbeta Sergio del Campo Santelices) y el vetusto submarino “Simpson” (capitán de navío Rubén Scheihing Navarro)
La flota puso proa a Tierra del Fuego y el Canal de Beagle, con instrucciones de reunirse con las unidades de apoyo subordinadas a la Tercera Zona Naval al mando del contraalmirante Luis de los Ríos Echeverría, a saberse, el APD “Serrano” (capitán de fragata Rodolfo Calderón Aldunate), el APD “Uribe” (capitán de fragata Adolfo Carrasco Lagos), el APD “Orella” (capitán de fragata Raúl Manríquez Lagos), el LST “Araya” (capitán de fragata Gastón Silva Cañas), el ATA “Colo Colo” (capitán de corbeta Sergio del Campo Santelices) y el AP “Piloto Pardo” (capitán de fragata Gustavo Pfeifer Niedbalski).
En lo que a la fuerza de submarinos se refiere, la misma se hallaba al comando del contralmirante Osvaldo Schwarzemberg Stegmaier y aunque disponía de cuatro unidades, solo pudo desplegar una sola, el mencionado “Simpson”, porque su gemelo, el “Thomson” había sido radiado antes de la crisis (se hallaba en reserva activa según los chilenos), el “O’Brain” (capitán de fragata Juan Mackay Barriga) tuvo que entrar en dique para mantenimiento y el “Hyatt” (capitán de fragata Ricardo Kompatzki Contreras) debió regresar a Talcahuano al experimentar serias fallas en su sistema de propulsión.De esa manera, la fuerza quedaba reducida al arcaico “Simpson”, que para peor, carecía de snorkel. Chile esperaba compensar esas falencias con la Aviación Naval, que solo contaba con medios de exploración aeromarítima arribados al país en los últimos meses del año y los helicópteros embarcados en la escuadra, todo ello al mando del capitán de navío Sergio Mendoza Rojas, secundado por su par Claudio Aguayo Herrera, a cargo de los medios aeronavales de la zona austral y los del aire al comando del capitán de corbeta René Maldonado Bouchon.
Las fuerzas de Infantería de Marina, por su parte, tenían sus fuertes en los destacamentos “Miller” y “Cochrane”, en la Escuela de Infantería de Marina y otras unidades menores, todas ellas al mando del contralmirante IM Sergio Cid Araya con el capitán de navío IM Pablo Wunderlich Piderit como su segundo, a cargo de una brigada de apoyo operativo, muy poco para enfrentar a la Aviación Naval enemiga que podía operar desde los aeropuertos y aeródromos cercanos y desde el portaaviones “25 de Mayo”.La diferencia entre un bando y otro se tornaba abismal en materia de aviación ya que la Fuerza Aérea Argentina contaba con 44 aviones Skyhawk A4B operativos de los 50 adquiridos en 1966 y 25 A4C llegados al país en 1975.
La mayor parte de los cazas rioplatenses se hallaban concentrados en los grupos 4 y 5 de Caza, el primero, componente de la IV Brigada Aérea con asiento en El Plumerillo, provincia de Mendoza y el segundo, de la V Brigada Aérea de Villa Reynolds, provincia de San Luis y el Grupo 4 de Caza, que había desplegado sus acondicionadas unidades desde la mencionada unidad aérea y la planta de mantenimiento que poseía en Río Cuarto, provincia de Córdoba, enviando una parte a una base en el sur, posiblemente San Julián, desde la cual también operarían aparatos del Grupo 6 de Caza con asiento en Tandil, dejando en reserva a la otra.
Para entonces, la Argentina contaba con sistemas de radares del tipo móvil Westinghouse AN-TPS43 y W430 de tres dimensiones, 3D de azimut, distancia y altura, diseñados modularmente, detalle que facilitaba su despliegue a través de medios aéreos, marítimos y terrestres, que constaban de un módulo container Shelter en el que se encontraba montado el equipo generador y procesador de señales, dos pantallas de presentación y los correspondientes equipos de comunicaciones cuyas cabinas (OPS-COM) disponían de dispositivos especiales para ese fin.
Las cabinas también tenían tres pantallas de presentación y su correspondiente equipo de comunicaciones y su característica principal era su antena, capaz de irradiar la señal emitida y recibir la reflejada a grandes distancias. Por otra parte, sus generadores podían brindar la energía eléctrica necesaria para los diversos componentes del equipo ya que el radar necesita ser alimentado por una fuente con características particulares y sus equipos auxiliares eran capaces de acondicionar la temperatura, la humedad y la presión necesaria para su normal funcionamiento, siempre necesitado de una fuerte potencia eléctrica que produce una alta cuota de calor. Los mismos habían sido incorporados a la FAA en el mes de octubre y según el comodoro Alfredo Ramón Berástegui, director de la Escuela de Aviación Militar de la FAA, se trataba de un gran avance en materia de detección y apoyo con lo que se podría incrementar notablemente la vigilancia y el control del espacio aéreo (VYCA). Por esa razón fue creado un escuadrón especial, dependiente del Grupo 1 de Vigilancia Aérea Escuela (G1VA-E).
Soldados argentinos 1978
El 2 de diciembre fue una jornada intensa y plagada de novedades. Ese día, al tiempo que la agencia UPI daba a conocer las opiniones del Dr. Santiago Benadava Cattan, abogado y diplomático chileno experto en derecho internacional, en las que expresaba su confianza en la mediación papal, el brigadier Gilberto Hilario Oliva cursó un llamado a todos los pilotos argentinos para que concurriesen a sus bases y se aprestasen a defender la soberanía nacional. La idea era crear una estructura tendiente a cubrir y reforzar las necesidades operativas de la FAA en tiempos de guerra, integrada por aviadores civiles, que permitiese la gestación de un equipo con un adiestramiento listo para sacar el máximo provecho del mismo, con diferentes grados de alcance, utilidad y complejidad, para responder al variado requerimiento militar de acuerdo con el tipo de tarea que debía afrontarse. Nacía así el Escuadrón Fénix que se cubriría de gloria tres años después en el Atlántico Sur. Con el propósito de materializar la idea, fue convocado el Capitán Retirado Don Jorge Luis Páez Allende, quien comenzó con las tareas de organización, necesarias para constituir el Escuadrón Fénix. En tal oportunidad, se logró contar con un número importante de aeronaves y otro número considerable de pilotos y mecánicos aeronáuticos. Este empleo táctico/estratégico, permitiría un fuerte impacto sobre el eventual contrincante generando una fuerte presión psicológica sobre las líneas de defensa enemiga.
La sorpresa sería muy grande al tener que oponer resistencia ante el ataque de aeronaves de uso civil Esta alternativa quedó en la nada por la mediación Papal entre Chile y Argentina, y el proyecto Fénix, no terminó de constituirse 1. El Escuadrón Fénix integrado por aviadores civiles contaba con aparatos Lear Jet LR-24, LR-25, LR-35, Cessna Citation C-500, Hawker Siddley HS-125, BAC 1-11, aviones turbohélices Turbo Commander AC690, Mitsubishi MU-2, Guaraní IA50G2 de fabricación nacional, Merlín III-B, aviones a pistón Aerocommander AC50, Grand-Commander AC68, Aerostar TS600, TS601, Douglas DC3, C47 y helicópteros a turbina como el Augusta 109A, el Bell 212, 205-A1, 206, Bolkow BO-105, Hughes 500, Sikorsky S58ET y S61N
Ante semejante poderío, los chilenos veían con angustia la cristalización del conflicto pero depositaban su confianza en la intervención del Santo Padre de quien sabían, acabaría por comprender la magnitud del problema y fallar a su favor, evitando la guerra, pues la razón estaba de su parte. Apoyar a Chile era respetar el derecho internacional y la resolución del arbitraje en contra de la fuerza bruta que la Argentina estaba dispuesta a utilizar. Al respecto, Santiago Benadava manifestó a la agencia UPI: “El tema del Beagle es un asunto zanjado; las islas son para Chile y por esa razón, la República Argentina debe respetar la resolución del árbitro al cual voluntariamente se sometió”.
Ese día circuló una versión que, de haber sido cierta, pudo haber desatado la guerra antes de lo previsto. Según Radio Iquique, a las 07.40 horas un Northtrop F-5 E Tigre II de la FACh piloteado por el teniente Hernán Gabrielli detectó el paso de dos aviones argentinos que volaban muy cerca del volcán Tacora, violando el espacio aéreo de su país. La versión nunca fue confirmada y no pasó de ser un rumor, de los tantos que circularon por aquellos días, pero dejó una marcada sensación de preocupación. Chile había adquirido 18 de esos aparatos (15 F-5E y 3 F-5F) pero debido a la Enmienda Kennedy aplicada en 1974, carecía de repuestos y eso disminuía su operatividad.
Los chilenos han saturado sus improvisados foros con la estúpida versión de que la Agencia Central de Inteligencia habría señalado que la Argentina poseía mejor armamento pero que Chile tenía mejores soldados. Surge entonces la pregunta: ¿en que se basaba la dependencia gubernamental norteamericana para lanzar semejante declaración? ¿En una guerra contra Perú acaecida en 1879 o en las acciones de sus pilotos en 1931 y 1973?
Lo cierto es que quienes esgrimen esa versión, que en realidad surgió de un artículo periodístico chileno, no han podido nunca precisar la fuente con exactitud y que la central estadounidense jamás hizo esa declaración ya que lejos de reparar en supuestas “místicas guerreras” y contiendas decimonónicas, se hallaba abocaba plenamente a la realidad. En ese sentido, haciendo clara alusión a la superioridad aérea argentina y al hecho de que la FACh apenas tenía una docena de Hunters operativos contra los A4 y los primeros Dagger que su rival acababa de recibir de Israel, un resumen de Inteligencia norteamericano, señalaba lo siguiente: La estrategia de Argentina para un posible conflicto contempla una guerra prólogo a lo largo de toda la longitud de los Andes. Se estima que Argentina posee más de 300.000 hombres en armas (incluidos los reservistas, así como otros 16.000 paracaidistas bajo formación exhaustiva, cerca de Córdoba). Argentina tiene una prepararon más adecuada para este tipo de conflicto. Es autosuficiente en provisiones y los suministros de petróleo, y posee sus refinerías de petróleo dispersas por todo el país. Por otra parte, las instalaciones de la refinería de Chile se concentran en el Sur. Argentina está también mucho mejor equipada y tiene una importante industria de armamento nacional. Los chilenos esperan una guerra rápida, similar a la Guerra de los Seis Días de 1967, que se limitaría a las regiones del sur. Lo que se dice un “toque en la mejilla”. - Hay considerable alarma en Santiago y todo Chile, ante la inminencia del estallido de un conflicto de larga duración 2.
Ejercicios de Infantes de Marina Argentinos en 1978
Mientras tanto, distintas fuentes de información daban cuenta del permanente desplazamiento de tropas y equipo que ambos países estaban llevando a cabo, uno de los más grandes de la historia del continente desde la guerra de la Triple Alianza en 1865 y la del Gran Chaco en 1934. Alrededor del día 12, la flota argentina, encabezada por el portaaviones “25 de Mayo” y el crucero “General Belgrano”, llegó a Tierra del Fuego y se ubicó al este de la Isla de los Estados para esperar instrucciones 3.
Desde hacía unos días, su par chilena se hallaba anclada entre los fiordos e islotes del Canal de Beagle y el Estrecho de Magallanes, aguardando expectante el inicio de las hostilidades. Mientras eso ocurría, América y el mundo contenían el aliento.
La flota argentina navegaba hacia el Canal de Beagle al mando del contraalmirante Humberto José Barbuzzi.Un año antes del estallido de la crisis, Barbuzzi había sido nombrado secretario general naval, cargo que desempeñó hasta que la Junta Militar lo designó jefe de Operaciones del Estado Mayor General de la Armada en reemplazo del contralmirante José Néstor Estévez. Por entonces, la fuerza naval argentina era una de las más poderosas de América Latina, compuesta por el portaaviones ARA “25 de Mayo” (V-2), el crucero ARA “General Belgrano” (C-4), los destructores de la Primera División ARA “Hércules” (D-28), ARA “Domecq García” (D-23), ARA “Seguí” (D-25) y ARA “Hipólito Bouchard” (D-26); los de la Segunda División, ARA “Piedrabuena” (D-29), ARA “Almirante Storni” (D-24), ARA “Py” (D-27), ARA “Rosales” (D-22) y ARA “Santísima Trinidad” (D-2); las corbetas ARA “Drummond” (P1) y ARA “Guerrico” (P-2), los avisos ARA “Alférez Sobral” (A-9) y ARA “Comodoro Somellera” (A-10); los buques de desembarco ARA “Cándido de Lasala” (Q-43), ARA “Cabo San Antonio” (Q-42) y ARA “Punta Médanos” (B-18); los barreminas ARA “Neuquén” (M-1), ARA “Río Negro” (M-2), ARA “Chubut” (M-3), ARA “Tierra del Fuego” (M-4), ARA “Chaco” (M-5) y ARA “Formosa” M-6); el transporte ARA “Canal de Beagle” (B3), el buque-tanque ARA “Punta Médanos” y varios cisternas pertenecientes a la empresa Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), que prestaban servicios auxiliares para la Armada.
Por otra parte, la Fuerza de Submarinos se hallaba integrada por el ARA “Salta” (S-31), el “ARA “San Luis” (S-32) - Tipo 209, novisimos aquel entonces - el “ARA “Santa Fe” (S21) y el “ARA “Santiago del Estero” (S-22) más el aviso adscripto ARA “Comandante Irigoyen” (A-1).
Durante su trayecto hacia el extremo sur del continente, la flota se desplazaba dividida en tres grupos de batalla, el primero, encabezado por el “25 de Mayo”, con su Grupo Aéreo Embarcado (GAE), integrado por ocho aviones Douglas A4Q Skyhawk, cuatro Grumman S-2 Tracker, cuatro helicópteros Sikorsky S-61D4 Sea King y un helicóptero Alouette; el destructor misilístico “Hércules” provisto de dos misiles Exocet MM-38 y las ultramodernas corbetas misilísticas Clase A-69 “Drummond” y “Guerrico” en funciones de escolta, dotadas ambas de otros cuatro Exocet MM-38.
El segundo grupo estaba encabezado por el venerable crucero “General Belgrano” y escoltado por los destructores “Rosales”, “Hipólito Bouchard” y “Piedrabuena”, los dos primeros provistos también de cuatro Exocet MM-38, además de los buques de desembarco “Cándido de Lasala” y “Cabo San Antonio”, el buque-tanque “Punta Médanos” y otras unidades de la empresa estatal YPF.
El tercer grupo navegaba con los destructores “Py” y “Seguí” a la cabeza, armados ambos con cuatro Exocet MM-38, seguidos por el “Almirante Storni” y el “Domecq García” haciendo las veces de escoltas. A ello debemos agregar las cuatro unidades del Comando de la Fuerza de Submarinos (COFS) y su buque aviso adscripto, el “Comandante Irigoyen” junto a las lanchas patrulleras de la Agrupación de Lanchas Rápidas que operaban desde la Base Naval de Ushuaia, ARA “Indómita” (P-86), ARA “Intrépida” (P-85) y las torpederas ARA “Alakush” (P-84) y ARA “Towora” (P-82), una flota formidable si se la compara con la que entonces tenía Chile.
El Comando de Aviación Naval (COAN) despachó también a sus veteranos Lockheed SP-2H Neptune de detección lejana, los North American Aviation T-28 Trojan/Fennec, los Aermacchi MB-339A, los Beechcraft Mentor T-34 y varias unidades de transporte.
Por su parte, las fuerzas de tierra disponían de 123 tanques MBT de Avanzada Liviana, 120 M-4 Sherman repotenciados; entre 50 y 60 Mowag Grenadier dotados de cañones de 120 mm, 100 M/113, entre 100 y 130 M3/9, de 20 a 25 AMX VCI, 24 cañones autopropulsados AMX de 155 mm, cañones Snheider 105/155 mm hipomóviles, 101 cañones Oto Melara de 105 mm, cañones Oerlikon L70 de 20 mm modelo 1935; cañones Bofors L70 de 40 mm modelo 1938; cañones Roland con retroceso Czekalski de 105 mm; cañones M67 de 90 mm y varias piezas Skyguard de 35 mm. Además, el Ejército disponía de una importante cantidad de helicópteros Bell UH-1H (entre 20 y 25), diez Puma, nueve Augusta y ciento nueve Hirundos.
La Fuerza Aérea, por su parte, desplegó buena parte de sus potencial, a saberse, aparatos Douglas Skyhawk A4B y A4C, Mirages IIIE, Mirages V Dagger de procedencia israelí, entre ocho y diez Camberra MK-62 y doce IA-58 Pucará de fabricación nacional que ya habían tenido su bautismo de fuego en Tucumán contra las organizaciones subversivas que operaron en esa provincia entre 1974 y 1976
.
Contra todo ese poder de fuego los chilenos afirman que iban a ofrecer su “garra” y su “mística guerrera”…
Infantes argentinos en pràcticas con cañones de 20mm sobre chasis de Unimogs
Infantes de Marina Chilenos en Punta Arenas, diciembre de 1978
La tensión iba en aumento a medida que transcurrían los días y eso se veía reflejado en la prensa de ambos países, que daba cuenta de la crisis con grandes titulares.
El 11 de diciembre una amenaza de bomba demoró la partida del avión del canciller Cubillos que viajaba a Buenos Aires; al día siguiente, el gobierno de Brasil envió un comunicado exhortando a los dos gobiernos a buscar una salida pacífica a la crisis. El mismo día se supo que el general Carol Lopicich había asumido el comando en jefe de la V División y que Buenos Aires ignoraba las gestiones que Chile llevaba a cabo ante la Casa Blanca.
Un tiempo antes, el ex presidente Eduardo Frei Montalva, declarado opositor del régimen de Pinochet, manifestó que la Argentina estaba gestando un desenlace violento que su patria no buscaba, “…nos oponemos al gobierno militar por sus prácticas antidemocráticas, el corte de las libertades, pero es claro que aquí se está alimentando, no por chile, un conflicto de dramáticas consecuencias”.
El 8 de diciembre el ex mandatario reafirmó que la postura de Chile era jurídica y moralmente indiscutible recordando, seguramente, el incidente en Laguna del Desierto en 1965, cuando él era presidente. Tres días antes, el diario “La Segunda” de Santiago publicó la falsa noticia de que las clases 1956 y 1957 de Argentina habían sido convocadas por las autoridades militares junto con todo el personal dado de baja, para elevar la cantidad de efectivos a 500.000 hombres “…en su loca carrera por la guerra con Chile” 4.
Mientras tanto, en Puerto Natales y en otros lugares del sur del país araucano, entre ellos Dorotea y Cerro Castillo, se cavaban trincheras, se construían refugios, se colocaban minas, se tendían alambrados y ante la inminente invasión, se efectivizaba la convocatoria de los reservistas. Según el sargento primero Juan Vladinic, del Regimiento de Lanceros, 120 ex conscriptos se presentaron en su cuartel y se esperaban todavía más.
El punto de máxima tensión de la crisis se alcanzó en las primeras horas de la tarde del 11 de diciembre cuando se supo que la Argentina había obligado a un avión de Ladeco, importante línea aérea chilena que operaba desde 1958, a regresar a Pudahuel.
Ante semejante actitud, titulares como “Responderemos al boicot de OIRT aumentando las exportaciones”, “Tranquilidad pidió nuevo jefe militar” (“La Prensa Austral, 12 de diciembre de 1978), “Expulsan a chilenos de Argentina” (UPI, 14 de diciembre), “Capacidad de la Armada en resguardo de la soberanía” (“La Prensa Austral, 14 de diciembre de 1978), “Argentina en pie de guerra” (Cable Express/ANSA/UPI, 17 de diciembre de 1978), “Argentina cierra paso de camiones de Brasil a Chile” (Uruguayana, Brasil, 17 de diciembre de 1978), “Aumenta beligerancia contra chilenos en Argentina” (EFE/”La Tercera”, 17 de diciembre de 1978); “Sendas defensas se preparan en islas Lennox, Nueva y Picton” (ANSA, 17 de diciembre de 1978), “Ambiente bélico en Ushuaia” (“Clarín” 18 de diciembre de 1978), saturaban los medios informativos de Chile desde el exterior. Sin embargo, en medio de la obscuridad, emergía de tanto en tanto una pequeña luz de esperanza. “Optimismo del cardenal Samoré. ‘Paz es difícil pero posible’” (APP, 17 de diciembre de 1978); “Aún hay salida a la crisis: la delimitación de las aguas es cuanto queda por resolver” (“Le Monde”, 18 de diciembre de 1978).
Tal como lo informó la prensa de todo el mundo, por esos días el gobierno argentino dispuso la repatriación de millares de chilenos radicados en el país. Bajo estricta custodia, centenares de familias trasandinas fueron obligadas a abordar ómnibus y largos convoyes ferroviarios con destino a su país. Las escenas que se vivieron en las terminales ferroviarias de Retiro y Once con vociferantes guardias fuertemente armados, apuntando con sus armas o sosteniendo perros bravos por sus correas, evocaban escenas de la Segunda Guerra Mundial. No faltaron usuarios y transeúntes lanzando improperios y epítetos racistas contra los repatriados, escenas que se repitieron en Bahía Blanca, Viedma, Rawson, Trelew, Comodoro Rivadavia y Río Gallegos con amenazas y hasta agresiones de toda índole.
La guerra estuvo a punto de estallar cuando en pleno Canal de Beagle, una torpedera argentina casi hunde una barcaza chilena un día después de que Buenos Aires decidiese cerrar el paso de camiones entre Brasil y Chile. Mientras tenían lugar esos acontecimientos, las tropas chilenas preparaban sus defensas en las islas Picton, Lennox y Nueva cavando trincheras, extendiendo alambrados, sembrando minas en las playas y montando gruesas piezas de artillería. Para entonces, el contraalmirante Barbuzzi había situado sus unidades navales al este de la Isla de los Estados, a unas 300 millas al sudeste de Río Grande, desplegando a casi todos sus buques sobre las aguas poco profundas del Banco Burdwood, a resguardo de la acción de posibles submarinos. Y allí se encontraba, esperando la orden de lanzar el ataque cuando cerca del mediodía del 15 de diciembre, le llegó información de que las pantallas de radar habían detectado un eco. Una hora antes, un Aviocar CASA 212 de la de la Armada Chilena, posiblemente el matrícula N-146, despegó de la Base Aérea de Chabunco, en Punta Arenas, para dirigirse en línea recta hacia el este, en busca de la escuadra argentina. A las 14.40 el aparato llegó a los 58º55’S/63º48’O, volando a 150 nudos de velocidad y 5000 pies de altura, punto en el que fue ubicado por los sistemas de alerta de a bordo.
En esos momentos, dos Skyhawk A4Q que habían decolado del “25 de Mayo”, el matrícula 0654/3-A-301 al mando del capitán de corbeta Julio Italo Lavezzo y el 0660/3-A-307, al del teniente de fragata Julio Alberto Poch, comenzaron a ser vectoreados hacia dos ecos. El primero resultó ser un Grumman S-2 Tracker propio tripulado por el teniente de fragata Enrique Fortini y el guardiamarina Marcelo Álvarez, que volaba con su sistema FFI activado, pero el segundo era el Aviocar chileno, hacia el que se dirigieron ambos, dispuestos a derribarlo. Cuando el capitán Lavezzo tuvo al intruso a distancia de tiro, el aparato chileno viró a gran velocidad y escondido entre las nubes escapó hacia Punta Arenas, sin llegar a cumplir su misión. Cuatro minutos después otros tres Skyhawk A4Q despegaron del “25 de Mayo” con la orden de perseguir e interceptar a posibles aviones enemigos, pero no establecieron contacto.
Durante todo ese día, la flota chilena se mantuvo quieta en los fiordos, muy cerca del Canal O’Brien, a escasas 100 millas del Cabo de Hornos, aguardando instrucciones. Esa misma noche la CIA informó a la Casa Blanca que el ataque argentino era inminente y que tendría lugar, a más tardar entre el 21 y el 22 de diciembre, sin precisar la hora exacta. En vista de ello, Jimmy Carter apresuró el regreso de su secretario de Estado, Cyrus Vance, que por esos días se hallaba de gira por el exterior y casi al mismo tiempo Brasil confirmó la magnitud de los desplazamientos que se llevaban a cabo en el extremo sur.
Alouette III de la Armada Argentina. Estos helicópteros estaban artillados con misiles de fabricación francesa AS-11 y AS-12
El 19 de diciembre en horas de la mañana, cumpliendo directivas del Alto Mando, la flota argentina abandonó sus posiciones al este de la Isla de los Estados y navegando a 20 nudos de velocidad se dirigió hacia el Canal de Beagle y el Cabo de Hornos, en medio de un mar embravecido, con fuertes vientos soplando del oeste y olas que alcanzaban los cuatro metros de altura. En ese mismo momento, el embajador Enrique Ros, representante argentino ante las Naciones Unidas, guardaba en su portafolios el documento que debía presentar ante el Consejo de Seguridad y abordó un vehículo de la legación que lo debía llevar a la sede del organismo. Se trataba de la denuncia que presentaba su gobierno ante “…las medidas ilegales adoptadas por Chile que, por su carácter militar, entrañaban un renovado peligro para la paz y la seguridad internacionales, pues alteran el status quo de la región”, es decir, el justificativo para iniciar la invasión. La idea era mostrar ante el Consejo de que Chile era la nación agresora y que ocupaba territorio argentino, provocando un “casus belli” que le permitía a su vecina recuperar “lo que era suyo” por medio de la fuerza. En tanto eso ocurría en la lejana Nueva York, los buques chilenos continuaban en sus escondites y allí se encontraban cuando a las 04.49 horas uno de sus aviones, al parecer, el Aviocar CASA 212 matrícula N-147, tuvo dos contactos en su radar.
En el “25 de Mayo”, el teniente de fragata Pettinari aguardaba en alerta 5 sobre la cubierta, dentro de su Skyhawk A4Q, cuando recibió la orden de despegar e interceptar al enemigo. Después de controlar su tablero y comprobar que todo se hallaba en orden, el piloto dio máxima potencia a sus turbinas y observando atentamente las indicaciones de los señaleros decoló a gran velocidad, poniendo rumbo oeste. Siempre había un caza listo para ser lanzado en la catapulta del portaaviones, armado con misiles y bombas, sin tanques suplementarios. El del teniente Pettinari era el mismo avión que había utilizado el capitán Lavezzo y con él fue que interceptó al CASA 212 cuando volaba a 150 nudos y 3000 pies en los 54º30’S/60º53’O. Pettinari colocó su avión a la par del aparato enemigo provocándole violentas sacudidas con la fuerza de sus turbinas y cuando lo tenía “marcado” en su visor de tiro, pidió a la torre instrucciones para su derribo. El piloto aguardaba ansiosamente la respuesta, con el pulgar sobre el botón del obturador, listo para disparar, pero la directiva nunca llegó. El aparato chileno huyó a toda velocidad escondido entre las nubes mientras Pettinari viraba y emprendía el regreso al portaaviones. Esa misma mañana, el vicealmirante López Silva, comandante de la flota chilena en operaciones, seguía con atención el informativo de Radio Minería a través de su radio a pila, cuando escuchó decir al canciller argentino que respecto a las relaciones con Chile, se había agotado el tiempo de las palabras y comenzaba el tiempo de la acción. Sin perder tiempo, se incorporó y se dirigió al puente de mando para ordenar a sus buques los aprestos para zarpar, siguiendo los preparativos usuales para el combate. El comandante fue claro cuando remarcó que cada unidad debía despojarse de todo aquello que fuese combustible y no constituyese una carga necesaria. A bordo del “Portales”, Mariano Sepúlveda recordó que aquella era una práctica usual para evitar incendios en caso de ser alcanzados por proyectiles enemigos y en la fragata “Condell”, el teniente Edwin Conn ordenó a la artillería iniciar los preparativos. “Nosotros partimos con la artillería lista, ya que en alta mar, en el Mar de Drake, cargar los cañones no es fácil” 5.
Fue en ese momento que llegó al buque insignia un mensaje cifrado de la Comandancia Naval que alertaba a los buques sobre la inminencia de la invasión: “Prepárense para iniciar acciones de guerra al amanecer. Agresión inminente. Buena suerte”. A partir de ese momento, las tripulaciones sabían que cualquier toque a zafarrancho de combate indicaba el inicio de las hostilidades.
A las 10.20 de ese mismo día, López Silva recibió un segundo mensaje del almirante Merino que decía textualmente: “Atacar y destruir cualquier buque enemigo que se encuentre en aguas territoriales chilenas”. Las divisiones de la Escuadra zarparon de sus fondeaderos de guerra el mismo día 19 de diciembre, a un punto situado bastante más al sur que el Cabo de Hornos, con la intención de rechazar cualquier intento argentino de desembarco en la zona litigiosa, estuviera o no apoyada por la flota naval argentina (conocida como Flomar), y aprovechar cualquier situación favorable para derrotar su poder naval 6.
ARA 25 de Mayo
Revista Gente
Poco después, fuentes de Inteligencia norteamericanas confirmaron al gobierno de Chile que el ataque iba a tener lugar esa misma noche. A las 21.50 el comandante del destructor “Williams”, capitán de navío Ramón Undurraga, se encaminó a la caja de fondos de su buque para sacar la llave que abría la consola de los misiles Exocet MM-38. El oficial se hallaba vivamente preocupado porque sabía que esa noche iba a estallar la guerra y por esa razón, cuando la guardó en el bolsillo de su pantalón, sentía una tremenda responsabilidad. Sentimientos tan encontrados como la angustia, la emoción y los nervios lo invadían al mismo tiempo.
Varias millas al este, el almirante Barbuzzi enfrentaba un terrible temporal con olas impresionantes de 12 metros de altura y un mar tan encrespado que amenazaba empeorar, situación que hacía inimaginable cualquier maniobra de aproximación a las islas 7. Y eso fue lo que ordenó transmitir a la sala de Comunicaciones del Edificio Libertad, sede del Comando Naval en Buenos Aires cuando comprendió que el clima tendía a empeorar. Ante esa situación, el Alto Mando le ordenó retromarchar en espera de una mejoría de las condiciones atmosféricas, orden que las unidades de mar procedieron a cumplir a partir de las 08.15 del miércoles 20 de diciembre. Al amanecer del día 21, la escuadra chilena abandonó las posiciones en el estrecho y se dirigió hacia el sur, a través del Mar de Drake, poniendo distancia entre sus unidades y las bases aéreas enemigas. La tarde anterior había recibido órdenes de desplazarse hacia esa zona dividida en dos secciones, la primera denominada “Acero” avanzando delante, bordeando las islas del mencionado mar, para hacer de barrera y contención y soportar sobre sí el peso del primer embate enemigo y la segunda, “Bronce”, más al sur, para responder la agresión con sus misiles. En el crucero Capitán Prat reinaba el más absoluto silencio. Esa madrugada del 22 de diciembre de 1978, el buque insignia de la Escuadra avanzaba en la soledad de los fríos canales australes hacia el mar de Drake. Al mando estaba el capitán de navío Eri Solís Oyarzún (…) En su puesto de mando, sentado frente al monitor, controlaba minuto a minuto toda la información que necesitaba saber del Prat y su entorno. Los datos que recibía le permitían tener una visión clara de lo que ocurría para dirigir con precisión las operaciones de la nave hacía el cumplimiento de la misión que se le había encomendado (…) En la cubierta superior se encontraba el comandante en jefe de la Escuadra, vicealmirante Raúl López Silva, quien observaba otro monitor que también le entregaba información vital: la disposición de los otros buques que componían la escuadra 8.
Según la bibliografía chilena, un informe de la CIA ubicaba su escuadra en colisión directa con su oponente a las 08.00, versión que no ha sido confirmada posteriormente.
A bordo de los buques argentinos, mientras tanto, el personal sabía que en poco más de cuatro horas la flota enemiga iba a ser detectada y por esa razón, se habían adoptado todas las medidas para iniciar acciones. Sin embargo, el temporal seguía castigando la zona y hasta parecía arreciar. Se produjo entonces un nuevo incidente que pareció indicar que las fuerzas atacantes habían comenzado la invasión. Mientras las unidades de superficie se desplazaban a través de las embravecidas aguas próximas al Cabo de Hornos, uno de los buques tuvo contacto de sonar en posición 278, clasificado como posible submarino. Transmitida la información, se recibieron instrucciones de atacarlo inmediatamente y sin perdida de tiempo se despachó hacia el objetivo al helicóptero Sea King SH-3H matrícula 2-H-231, que bajo un cielo encapotado, abandonó la cubierta del “25 de Mayo” y aún en esas condiciones, inició su trayectoria.
La aeronave llevaba bajo su fuselaje un torpedo MK-44 antisubmarino de fabricación norteamericana dotado de cuatro secciones, la primera, ubicada en su ojiva roma, portaba el buscador de sonar activo de 75 libras (34 kg) con la ojiva de alto poder explosivo inmediatamente detrás 6.
Al llegar al objetivo el operador se preparó para disparar pero al oprimir el obturador, el proyectil no se desprendió. El helicóptero se retiro pero su escolta arrojó varios erizos Hedgehog de origen inglés que si bien estallaron, no dieron evidencia de haber hecho impacto. Detrás del helicóptero llegó un Grumman S-2 Tracker que a las 08.45 arrojó un torpedo de idénticas características, que se perdió en las profundidades sin alcanzar el blanco. Cuarenta minutos después, el Sea King con el torpedo defectuoso se posó sobre el “25 de Mayo” y con la ayuda de personal de a bordo probó su sistema de lanzamiento que, ahora sí, disparó perfectamente. Nunca se supo que fue lo que produjo aquel eco en el sonar aunque se tiene la certeza de que no fue ninguna nave enemiga ya que en esos momentos, el único submarino con el que contaba la escuadra chilena, se hallaba en aguas del Pacífico, a varios kilómetros de distancia de allí.
El Papa Juan Pablo II instruye al cardenal Agostino Casaroli para que anuncie su mediación En la madrugada de ese mismo día, a las 06.15, el embajador chileno ante la Santa Sede, Héctor Riesle, llamó al Ministerio de Relaciones Exteriores de su país para informarle a su titular que el cardenal Agostino Casaroli, secretario de Estado del Vaticano, le había manifestado que el Papa Juan Pablo II, estaba dispuesto a intervenir personalmente para evitar la guerra. El funcionario pontificio proponía enviar un representante a ambas capitales con el objeto de obtener información directa y concreta sobre la posición de cada parte, cosa que también hizo saber al representante argentino en la Santa Sede. Se supo además, que el nuncio apostólico en Buenos Aires, monseñor Pío Laghi, había hecho las gestiones correspondientes y que el mismísimo cardenal primado, Raúl Primatesta, había enviado un cable urgente a Roma, fechado el 19 de diciembre, rogando al Santo Padre su inmediata intercesión.
Ni bien terminó de hablar con Riesle, Cubillos salió corriendo hacia La Moneda para comunicar la novedad a su presidente quien, después de escuchar con suma atención, le ordenó responder inmediatamente, de manera afirmativa. La respuesta argentina llegó a las 13.30 y cayó como una bomba en los medios gubernamentales del vecino país; se trataba de un “no” rotundo que dejó perplejos a los funcionarios chilenos, quienes se miraron entre sí, primero asombrados y después vivamente indignados. Estábamos reunidos todos los miembros del comité asesor con el ministro [relataría años después Enrique Bernstein], cuando conocimos su texto. Al escucharlo, no pude menos que recordar las notas cruzadas entre las cancillerías europeas en vísperas de la Primera Guerra Mundial. No sólo se eludía contestar la propuesta de Chile, sino que se lo culpaba de actos contrarios al derecho para `intentar reivindicaciones sobre espacios insulares y marítimos de soberanía argentina. Terminaba expresando que nuestra nota, al persistir en la posición asumida, `no permite hallar las fórmulas adecuadas para garantizar el proceso negociador 10.
Tras cartón, llegó una segunda noticia que dio indicios a Santiago de que la guerra había comenzado. El empresario chileno Andrónico Luksi Abaroa, representante en la Argentina de la empresa Ford, se aprestaba a retirar una carga de camionetas en el puerto de Ingeniero White, Bahía Blanca, cuando funcionarios de gobierno argentino aparecieron con un decreto confiscando la partida. “Por encontrarse la República en estado de guerra, requísase”, decía escuetamente la orden. “Ahí comenzamos a darnos cuenta de que la situación no tenía vuelta”, explicaría Cubillos años después. Fue entonces que Pinochet ordenó a sus ministros poner en práctica todas las medidas contempladas para el inicio de las hostilidades y el resguardo de la población civil. Se dice que ese mismo día Estados Unidos le entregó fotografías satelitales que mostraban a los trasandinos los desplazamientos de la escuadra argentina.
Ilustraciòn del despliegue de la Flota de Mar Argentina
Despliegue de Submarinos argentinos en el Teatro de Operaciones
Hawker Hunters chilenos
Movilización Argentina hacia el sur, diciembre de 1978
A las 17.30 del 20 de diciembre las unidades de tierra argentinas tomaban posiciones e iniciaban aprestos para iniciar la invasión. En el sector de Morro Chico, veintiséis tanques Sherman M-4 Repotenciados con cañones de 105mm y otros ingenios, encendían sus motores y la artillería antiaérea enfocaba sus miras sobre los objetivos. Casi al mismo tiempo, aviones Skyhawk A4Q despegaban del “25 de Mayo” y veinte minutos después aterrizaban en la Base Aérea de Río Grande donde los esperaba personal técnico listo para trabajar en su puesta a punto y acondicionamiento. Para contrarrestar el ataque, los chilenos desplazaron hacia Cabeza de Mar doce tanques Sherman M-4 y numerosos cañones de 105 mm, en tanto tropas a bordo de camiones enfilaban presurosamente hacia Morro Chico.
A las 11.30 tuvo lugar un nuevo incidente aéreo del que fue protagonista el Skyhawk A4Q del teniente de navío Marcelo Márquez, quien moriría heroicamente en combate, menos de cuatro años después, en la guerra del Atlántico Sur. A esa hora, el aparato interceptó a un tercer Aviocar CASA 212 (posiblemente el N145) que volaba en dirección este en busca de la flota argentina. Márquez apuntó e inmediatamente después se comunicó con su base solicitando permiso para su derribo.
-Solicito autorización para derribo de aparato enemigo.
-Negativo Bronco, negativo – fue la respuesta.
Márquez se sorprendió pero todavía no se podía disparar. El aparato chileno abandonó la búsqueda y huyó velozmente hacia San Sebastián, aterrizando media hora después en Punta Arenas.El piloto argentino emprendió el regreso e hizo lo propio en Río Grande donde procedió a pasar el informe en la sala de pilotos, ofreciendo un relato pormenorizado de su encuentro.
Pinochet presidía una ceremonia de graduación de oficiales en la Escuela Militar “Libertador Bernardo O’Higgins” cuando su edecán, el coronel Jorge Ballerino, se le acercó presuroso para entregarle un mensaje urgente proveniente de Punta Arenas. El presidente leyó su contenido en silencio e inmediatamente después guardó el papel en uno de sus bolsillos. Las acciones daban comienzo. Pedro Daza, enviado especial de la Cancillería chilena en Washington, estaba pronto a solicitar en la OEA la urgente convocatoria del TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca) cuando el CAPE (Comité Asesor Político Estratégico) se reunía en el 10º piso del Edificio Diego Portales para resolver si se recurría a la Corte Internacional o no. Se sabía que en caso de hacerlo, la Argentina tomaría el hecho como “casus belli” y ya no habría vuelta atrás, según lo había manifestado el ministro del Interior argentino Albano Eduardo Harguindeguy al embajador chileno en Buenos Aires, Sergio Jarpa Reyes. Por esa razón, después de escuchar en silencio los alegatos, Pinochet resolvió postergar la iniciativa 24 horas más.
Mientras tanto, la oficina de Inteligencia chilena intentaba obtener más información a través de su espía en la capital argentina, Enrique Arancibia Clavel, un nativo de Punta Arenas a quien se acusaba de estar implicado en el asesinato de su compatriota, el general René Schneider, el 25 de octubre de 1970, a quien se le requería información permanentemente 11.
El 21 de diciembre el alto mando argentino puso en marcha la Operación Soberanía.
Sherman Repotenciados Argentinos con cañones de 105mm y mejores en los sistemas motores y de comunicaciones, 1978
A las 22.00 de ese día (hora H-1), la Infantería de Marina (Batallones 4 y 3) debería ocupar las islas y la boca oriental del canal. La ofensiva terrestre tanto en Tierra del Fuego como en el continente, debía comenzar a las 24.00 (hora H-2) con el V Cuerpo de Ejército ingresando desde Santa Cruz hacia Punta Arenas, Puerto Natales y Puerto Aden, con el objeto de asegurar el área una vez aniquilada toda resistencia enemiga. Cumplido ese objetivo, la unidad transferiría parte de sus efectivos (un tercio) en apoyo del III Cuerpo de Ejército que en la región central debía operar sobre la capital del país y Osorno a través del paso Puyehue y desde ese punto seguiría hacia el sur en dirección a Puerto Montt, apoyada por el avance de la II Brigada de Caballería Blindada. A las 06.00 del 23 de diciembre (hora H-8) la Fuerza Aérea y la Aviación Naval procederían a la destrucción de la escuadra enemiga y la conquista Puerto Williams en el litoral marítimo magallánico, con el apoyo de la Flota de Mar, de acuerdo a lo contemplado dentro de la Fase I del plan.
Un mowag argentino junto a un Helicoptero UH EA
Tanques AMX 13 argentinos
La Fase II preveía la entrada del III Cuerpo de Ejército en dirección a Santiago, Valparaíso y Puerto Montt por los pasos Los Libertadores, Maipú y Puyehue, cortando el país en cuatro y conquistando el máximo de territorio posible con el apoyo de la Fuerza Aérea, que llevaría a cabo bombardeos estratégicos sobre posiciones enemigas y objetivos puntuales en ciudades y carreteras. Mientras eso ocurría, el II Cuerpo de Ejército permanecería expectante en la frontera con Brasil y la II Brigada con asiento en Comodoro Rivadavia se mantendría en sus posiciones como reserva estratégica 12.
Mientras se desarrollaba la invasión terrestre, la Armada lanzaría sus diferentes grupos de tarea, el primero (GT1) en apoyo del desembarco en las islas del canal y el segundo (GT2) impidiendo cualquier avance de la escuadra enemiga en dirección al Atlántico, mientras brindaba apoyo a las tropas que tomarían la isla Gable, paso previo a la captura de Puerto Williams.
En tanto se desarrollaban esas operaciones, a la hora H-2, el aguerrido Batallón de Infantería de Marina 5(BIM5) que se cubriría de gloria en Tumbledown tres años después, ocuparía y desalojaría a las fuerzas oponentes apostadas en los archipiélagos Freycinet, Hershell, Wollastron, Deceit y Hornos, sujetando a control, de ese modo, los territorios del extremo austral y el paso interoceánico.
La Fuerza Aérea bombardearía objetivos en Punta Arenas, Puerto Williams, Talcahuano, Puerto Montt y Santiago buscando como blancos principales edificios militares y políticos, puertos, aeropuertos, bases militares, puentes, diques, carreteras y depósitos de combustible, contando con que para el amanecer y las primeras horas del 23 de diciembre, su par chilena estaría si no destruida en su totalidad, reducida en un 75%. Para ello tenía que alcanzar los objetivos a vuelo bajo, evitando la detección por parte de los radares para atacar con sus misiles guiados por calor en el momento en que las aeronaves chilenas estuviesen a punto de despegar o calentando sus motores en la cabecera de las pistas. La idea era acabar con máquinas y pilotos y de ese modo, neutralizar completamente esa fuerza.
Esa parte del plan había sido denominada Operación Muerte Súbita y consistía en ataques relámpago, de ese modo, quedaría neutralizado todo apoyo logístico y operativo dejando al país sin cobertura aérea y obteniendo, de ese modo, el absoluto control de los cielos.
De acuerdo a los planes elaborados por el alto mando, se lanzaría sobre la Base Quinteros al denominado Grupo Juliet, integrado por dos bombarderos Canberra MK-62 apoyados por dos Mirages III EA; sobre las bases Pudahuel, El Bosque y Cerrillos contra las que operaría el Grupo Lima, integrado por cinco Skyhawk A4B, cinco A4C, cuatro Mirages III EA en misión de cobertura y tres Canberra MKI-62; sobre Concepción, Temuco y Valdivia, donde lo haría el Grupo Kapa, conformado por tres Canberra MK-62, cinco A4B, cinco A4C y cuatro Mirages III EA; en El Tepual que el Grupo Foxtrot alcanzaría con cinco A4B, cinco A4C y cuatro Mirages III EA y finalmente Cohayque donde el Grupo Papo atacaría con cinco A4B y cinco A4C.
La Defensa Sur Austral para el caso de un ataque aéreo enemigo, estaría a cargo del Grupo Sur de la Aviación Naval formado por los once Skyhawk A4Q que operaban desde el portaaviones “25 de Mayo” y desde la Base Aérea de Río Grande, donde habían sido desplegados siete Aermacchi MB-339/A y un número no determinado de monoplazas North American F-86 de reconocimiento y Mentor T-34 apoyados por ocho Skyhawk A4B y siete A4C del Grupo 6 de Caza de la FAA. Fueron primordiales también los Hércules C130 para el transporte de tropas y equipo pesado.
Mirage y Skyhawks de la Fuerza Aérea Argentina en reposo
Lo que el alto mando argentino no pudo preveer fue que el 21 de diciembre el clima empeoró con fuertes lluvias, vientos huracanados y olas de más de 12 metros de altura que impedían toda aproximación a los objetivos y mucho menos, operar con la aviación. Aún así, el contralmirante Barbuzzi mantenía el rumbo hacia la zona de operaciones, aguardando el momento que el meteoro amainase y de ese modo iniciar las acciones. Ese mismo día, a las 22.00, el canciller Hernán Cubillos se hallaba reunido con sus colaboradores más inmediatos cuando fue notificado que tenía un llamado urgente. Al atender el teléfono escuchó atentamente lo que se le decía y después de cortar, informó a su equipo de colaboradores que la invasión había comenzado: “Se me acaba de comunicar que aviones de nuestra armada han detectado en la zona del Cabo de Hornos, navegando en posición de ataque, a la flota de guerra argentina. Hay una observación permanente. Se acentúa el control en el área. Nuestra armada ya ha tomado posiciones. El llamado a actuar será cursado en cuestión de minutos”. En el Canal de Beagle, el vicealmirante López Silva recibió un nuevo mensaje del almirante Toribio Merino: “Zarpar de inmediato y entrar en combate contra los argentinos”.
Ese era el clima que imperaba a ambos lados de la cordillera cuando el gobierno de Pinochet invocó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y solicitó una reunión urgente de Consulta Hemisférica para denunciar a la Argentina como país agresor mientras se buscaba una salida diplomática que evitase la guerra.
Chile contaba con unos 24 A-37 Dragonfly
Por problemas de repuestos y el embargo de la enmienda Humprhey-Kennedy, menos de seis F-5 chilenos estaban disponibles para el combate a fines de 1978. Tenìan la prioridad absoluta en carburante, puesto que en cuanto comiencen las acciones, estas comenzarían a escasear
En el interior de las aeronaves, comandos y tropas de elite aguardaban en silencio, mientras sujetaban con fuerza las armas en sus manos enguantadas, cubiertos sus rostros con betún y sus cabezas con gorros de lana negros. Pilotos y tripulantes se mantenían en alerta, listos para remontar vuelo y en el continente, miles de soldados se aprestaban a iniciar el avance. La moral era alta y las ansias de combatir grandes pero las horas pasaban y nada parecía indicar que el tiempo fuese a mejorar.
Infantes de marina chilenos en algún lugar del sur, diciembre 1978
Infantes de Marina Argentinos a ser abordados
Los chilenos ASEGURAN que a las 19.19 horas un nuevo CASA 212 pudo confirmar la posición de la flota argentina a 134º, 120 kilómetros al sudeste del Cabo de Hornos, en medio de una fuerte tempestad pero lo que sus radares detectaron fueron rumores hidrográficos emitidos por embarcaciones estadounidenses que navegaban cerca de ese punto.
En horas de la tarde el comando naval le ordenó al capitán de navío Pablo Wunderlich que desplazase a sus cuadros hacia la isla Nueva porque ese iba a ser el primer objetivo del enemigo. Y en ese sentido, el oficial alistó a los 150 efectivos de elite de su destacamento de Infantería de Marina y a bordo del destructor “Serrano”, se dirigió a ese destino, tomando posiciones a la vista del enemigo.
En su DELIRIO DEDUCTIVO, los chilenos aseguran que el mensaje enviado por el almirante Merino tuvo que ser necesariamente escuchado por la flota argentina, lo que, seguramente, según textuales palabras, debió ser una “mala noticia para ellos porque quería decir que la escuadra chilena conocía su posición y quedaban obligados a batirse antes de poder intentar el desembarco en las islas”. El capitán John Howard (jefe del Estado mayor de la zona) asevera que “cuando los trasandinos recibieron este mensaje no les debe de haber gustado nada”.
Resulta increíble que gente que se precia de entender de estos temas piense que la Armada Argentina no tuviese en cuenta la posibilidad de ser detectada y no imaginase que iba a entrar en combate cosa que, por otra parte, nunca ocurrió.
La escuadra chilena en 1978
Esa misma noche, a las 23.00, otro avión de exploración informó que había detectado a la flota moviéndose en cercanías de las islas del Canal y que uno de los buques ya estaba desembarcando tropas. Eso hizo cundir el nerviosismo entre las fuerzas chilenas apostadas en la región pero enseguida se supo que la tripulación de la aeronave había confundió el objetivo pues lo que aparecía en sus pantallas en esos momentos eran en realidad, las torpederas chilenas “Quidora”, “Fresia”, “Tegualda” y “Guacolda” que se desplazaban por ese sector. Las unidades de mar del vicealmirante López Silva fueron informadas rápidamente del error y eso evitó que las mismas fuesen atacadas por fuego propio.
Finalmente, el alto mando argentino dio la orden de iniciar el ataque y a poco de recibida la misma, el contraalmirante Barbuzzi impartió las directivas correspondientes, lo que se hizo en pleno temporal, en medio de las embravecidas aguas del Cabo de Hornos En la noche del 21 al 22 de diciembre de 1978, después de 20 días en alta mar y por lo menos una postergación del inicio de las hostilidades, los buques argentinos atestados de tropas y equipo de desembarco, seguían su avance hacia la zona de conflicto para iniciar la operación anfibia de mayor envergadura en la historia de América.
Había comenzado la invasión…. O no. La invasión debió haber comenzado a las 22.00 del 21 de diciembre pero con el temporal incrementando su furia, la misma debió postergarse. Los helicópteros aguardaban en cubierta la orden de partir pero la tormenta no cesaba y el embravecido mar sacudía con creciente violencia a las naves, impidiendo el inicio de la operación.
Nota
1 Escuadrón Fénix. Veteranos de Guerra http://www.escuadronfenix.org.ar/historia.php.
2 Informe de la Oficina de Inteligencia de los Estados Unidos, “Informe Semanal de Eventos OMN” del 16 de agosto 1978.
3 El portaaviones presentaba a babor y estribor un novedoso sistema de defensas, consiste en gruesas redes antitorpedos destinadas a detener cualquier proyectil antes de que alcanzase su casco.
4 Quien esto escribe pertenece a la clase 1957 que junto a la anterior, fueron eximidas del servicio militar por la modificación llevada a cabo en 1976. En ningún momento esas clases fueron convocadas.
5 Capital.cl Nº 237 (http://www.capital.cl/reportajes-y-entrevistas/el-a-o-que-vivimos-en-peligro.html), 17 de septiembre al 2 de octubre de 2008.
6 Ídem.
7 Así se lo hizo saber, tiempo después, a Monseñor Pío Laghi en Buenos Aires.
8 Patricia Arancibía Clavel, Francisco Bulnes Serrano, La Escuadra en Acción 1978. El conflicto del Beagle visto a través de sus protagonistas, Editorial Randon House Mondadori, Santiago, noviembre de 2004, Cap.
9 La segunda sección contiene la guía y giroscopios, en la tercera se encuentra la batería de 24 kilovatios de agua de mar que utiliza cloruro de plata y los electrodos de magnesio con agua de mar que actúan como electrolitos y por último, la sección de propulsión que alberga el motor eléctrico, cuatro aletas de control rectangular y las dos hélices.
10 Enrique Bernstein Carabantes, Recuerdos de un diplomático ante el Papa mediador 1979-1982, Vol IV, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1989 p. 27.
11 Treinta y tres años después, el 28 de abril de 2011, Arancibia aparecería muerto en su apartamento de Buenos Aires, asesinado por un amante que le habría sustraído 35.000 dólares.
12 Alguna vez se llegó a insinuar, sin demasiados fundamentos, que finalizadas las operaciones contra Chile, cubiertas sus espaldas por la ausencia de un potencial enemigo y confiscado su arsenal militar, la Argentina iniciaría operaciones en el sur de Brasil.
A4 Q de la Aviación Naval. Aunque la ilustraciòn representa a un momento de 1982, no es muy dificil imaginar que algo asi pudo de haber sucedido en diciembre de 1978
Fuente: Histamar - La crisis del Beagle de 1978
No hay comentarios:
Publicar un comentario